La imagen no es solo un estímulo visible: es la carta blanca para acceder a lo que te propongas, es esa proyección de uno mismo que da pequeñas pinceladas de nuestro yo interno. Queremos mostrarlo, pavonearnos y sacarle partido.
Algo típico: Sales de casa con prisas, no escatimas en el tiempo del desayuno, y una ducha rápida sienta tan bien que se te escapan los minutos del reloj y llegas tarde. Elijes la ropa sin casi mirar los colores y sales hecho una flecha al portal. Error. La camisa sin planchar, los zapatos sucios, una mancha de café en el pantalón, el pelo ya es hora de recortárnoslo, y qué decir de la barba de pirata con la que nos vemos últimamente.
Caemos en la desvirtud del conformismo. A menudo actuamos por aceptación: si gustamos nos gustamos. Y esto NO es así, sino justo lo contrario. Desde el primer momento tienes que elegir quien eres, preocuparte de ti mismo, mimarte, y cuidarte. Poco a poco irás adoptando un estilo propio que vaya contigo.
Tener grata imagen es el punto de partida, y con ello tendremos gran parte del camino adelantado, porque no no nos engañemos, la vista en seducción es el sentido dominante. Y digo solo «sentido» porque lo demás llegará: primero hay que abrir los ojos de esa chica que pasa al lado nuestro todas las mañanas y enseñarle que estás ahí, y que brillas. Luego llegará todo lo demás, pero antes habremos ganado dos cosas: estilo, y confianza.
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